domingo, 21 de febrero de 2010

Beatriz (Las Estaciones)


Las estaciones son por lo menos invierno, primavera y verano. El invierno es famoso por las bufandas y la nieve. Cuando los viejecitos y las viejecitas tiemblan en invierno se dice que tiritan. Yo no tirito porque soy niña y no viejecita y además porque me siento cerca de la estufa. En el invierno de los libros y las películas hay trineos, pero aquí no. Aquí tampoco hay nieve. Qué aburrido es el invierno aquí. Sin embargo, hay un viento grandioso que se siente sobre todo en las orejas. Mi abuelo Rafael dice a veces que se va a retirar a sus cuarteles de invierno. Yo no sé por qué no se retira a sus cuarteles de verano. Tengo la impresión de que en los otros va a tiritar porque es bastante anciano. Un niño de mi clase dice que su abuela es una vieja de mierda. Yo le enseñé que en todo caso debe decir anciana de mierda.

Otra estación importante es la primavera. A mi mamá no le gusta la primavera porque fue en esa estación que aprehendieron a mi papá. Aprendieron sin hache es como ir a la escuela. Pero con hache es como ir a la policía. A mi papá lo aprehendieron con hache y como era primavera estaba con un pulover verde. En la primavera también pasan cosas lindas como cuando mi amigo Arnoldo me presta el monopatín. El también me lo prestaría en invierno, pero Graciela no me deja porque dice que soy propensa y me voy a refriar. En mi clase no hay ningún otro propenso. Graciela es mi mami. Otra cosa buenísima que tiene la primavera son las flores.


El verano es la campeona de las estaciones porque hay sol y sin embargo no hay clases. En el verano las únicas que tiritan son las estrellas. En el verano todos los seres humanos sudan. El sudor es una cosa más bien húmeda. Cuando una suda en invierno es que tiene por ejemplo bronquitis. En el verano a mí me suda la frente. En el verano los prófugos van a la playa porque en traje de baño nadie los reconoce. En la playa yo no tengo miedo de los prófugos pero sí de los perros y de las olas. Mi amiga Teresita no tenía miedo de las olas, era muy valiente y una vez casi se ahogó. Un señor no tuvo más remedio que salvarla y ahora ella también tiene miedo de las olas pero todavía no tiene miedo de los perros.


Graciela, es decir mi mami, porfía y porfía que hay una cuarta estación llamada elotoño. Yo le digo que puede ser pero nunca la he visto. Graciela dice que en elotoño hay gran abundancia de hojas secas. Siempre es bueno que haya gran abundancia de algo aunque sea en elotoño. El elotoño es la más misteriosa de las estaciones porque no hace ni frío ni calor y entonces uno no sabe qué ropa ponerse. Debe ser por eso que yo nunca sé cuánde estoy en elotoño. Si no hace frío pienso que es verano y si no hace calor pienso que es invierno. Y resulta que era elotoño. Yo tengo ropa para invierno, verano y primavera, pero me parece que no me va a servir para elotoño. Donde está mi papá llegó justo ahora elotoño y él me escribió que está muy contento porque las hojas secas pasan entre los barrotes y él se imagina que son cartitas mías.
Primavera con una esquina rota
Mario Benedetti


Sorprendente.

Me estoy dejando seducir últimamente por la narrativa hispanoamericana.
¡Cuánta ternura derrocha don Mario en este relato!
¿Cómo será capaz de dar una forma tan dulce y sencilla a un tema tan complicado, tan doloroso y desgraciadamente tan presente en nuestras vidas? Vidas partidas por unos ideales. Vidas separadas por luchas y guerras. Cuando los hombres dejemos de establecer diferencias entre buenos y malos, estaremos empezando a madurar.


Beatriz lejos de su padre, separada por fronteras y rejas.
Beatriz que podría haber olvidado -la opción más sencilla- ha enmascarado esta tragedia en una esperanza, la esperanza de que su padre, a quien aprehendieron en primavera, algún día llamará a la puerta de casa y todo empezará de nuevo.

Me dejo sorprender también por la inocencia de Beatriz. Esa estación llamada elotoño no existe, porque no tengo ropa de elotoño. A mí me gusta el elotoño.


Y por último me sorprendo con la entereza del padre, encerrado, lejos de su familia, y manteniendo viva la esperanza, la ilusión y la imaginación.
¿Alguna vez imaginaste cómo sería tu vida encerrada en una celda? Si en esa situación consigues mantener la cordura, la frescura y la esperanza, sobrevivirás.

Decía Morgan Freeman a Tim Robbins en "Cadena Perpetua" -excelente película- que la esperanza hace a los presos perder la cabeza. Pero ¿qué nos queda si perdemos la esperanza?

Es triste también saber que al final, por mucho que nos esforcemos en sobrevivir a nuestras desgracias, la vida puede contestar con la más cruda de las realidades.


Merece la pena darse un paseo por esta primavera, dibujada con tan acertados trazos por el señor Benedetti.

A veces el mero hecho de ver la cara de una persona me transmite lucidez.
Me pasa con Mario. Que descanse.


Sed Buenos
Fran

martes, 10 de noviembre de 2009

¿Qué es eso del amor?

- Y usted, don Andrés, que es un sabio, que ha encontrado esas teorías sobre el amor, ¿qué es eso del amor?
- ¿El amor?
- Sí.
- Pues el amor, y lo voy a parecer a usted un pedante, es la confluencia del instinto fetichista y del instinto sexual.
- No comprendo.
- Ahora viene la explicación. El instinto sexual empuja el hombre a la mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hombre, que tiene un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujer dice: ese hombre. Aquí empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la persona elegida porque sí, se forja otro más hermoso y se le adorna y se le embellece, y se convence uno de que el ídolo forjado por la imaginación es la misma verdad. Un hombre que ama a una mujer la ve en su interior deformada, y la mujer que quiere al hombre le pasa lo mismo, lo deforma. A través de una nube brillante y falsa, se ven los amantes el uno al otro, y en la oscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más que la especie.
- ¡La especie! ¿Y qué tiene que ver ahí la especie?
- El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de tener descendencia. La principal idea de la mujer es el hijo. La mujer, instintivamente, quiere primero el hijo; pero la Naturaleza necesita vestir ese deseo con otra forma más poética, más sugestiva, y crea esas mentiras, esos velos que constituyen el amor.

El Árbol de la Ciencia
Pío Baroja


Disfruté mucho de esta lectura. Don Pío Baroja mezcla a la perfección la rutina con grandes disquisiciones sobre el sentido de la vida. Con pocos libros he tenido que hacer lo que con este: releer capítulos enteros para entenderlos.
Supongo que no habré leído hasta la fecha tratados complicados. Llegarán.

¿Qué me decís de esto? ¡Ahora resulta que enamorarse es convertir a la otra persona en un fetiche! ¡Un hombre que ama a una mujer la ve deformada en su interior!
A veces escuchar este tipo de verdades me hace sonreír. Creo que en pocas palabras ha conseguido explicar un estado de la sinrazón al que muchas vueltas damos todos.

Y ese antiguo diablo, el instinto de la especie, siempre ahí detrás.

Cada día descubro un poco más por qué los grandes son tan grandes.
Habrá más delicias de este libro.
Genial generación la del 98.

Sed Buenos
Fran

Historia del Rey Transparente


En los tiempos antiguos existió un reino ni grande ni pequeño, ni rico ni pobre, ni del todo feliz ni completamente desgraciado. El monarca del lugar gobernaba en ocasiones casi bien y en ocasiones un poco mal, como lo había hecho su padre, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre, y todos sus antepasados uno antes del otro hasta que se perdían en las sombras de la memoria, pues la estirpe del Rey era larga y el Reino pacífico y estable, y todos los monarcas habían muerto plácidamente de ancianos en la cama. Sin embargo, nuestro Rey estaba envejeciendo y no conseguía tener descendientes. Había repudiado a diez esposas consecutivas porque ninguna le paría un heredero, y empezaba a desesperar, pues temía que con él se truncara tan extenso linaje. Una noche de insomnio se le ocurrió una idea: apresar a Margot, la Dama de la Noche, el hada más poderosa de su Reino, y obligarla a cumplir sus deseos. Para ello envió a Margot un emisario con ricos presentes y una invitación a la gran fiesta que daría en palacio con motivo del repudio de su décima esposa y de los esponsales con la undécima.
El hada, que era alegre y coqueta, aceptó al punto, y la noche de la gran celebración llegó a palacio en una carroza tirada por ciervos con la cornamenta pintada de oro, y ataviada con un traje deslumbrante confeccionado con luciérnagas vivas.
Cuentan que la fiesta fue la más grande y más lujosa de todas cuantas constan en los anales. Bebidas embriagadoras y viandas exquisitas se sucedían en las enormes mesas, y hubo músicos y saltimbanquis, juglares y magos, tigres de los hielos tan blancos como la leche y bayaderas de Oriente de color ambarino. Margot gozaba del festejo mientras el Rey, a su lado, le llenaba todo el tiempo la copa de hidromiel. Y el tiempo transcurría tan lentamente que, por las ventanas, la noche seguía siendo muy negra y muy profunda. Hasta que, en un momento determinado, el Rey hizo una seña y los lacayos dejaron caer las telas pintadas con las que habían cegado todas las aberturas del palacio, fingiendo paisajes nocturnos, cielos oscuros y estrellados. Y por los ventanales repentinamente descubiertos entró a raudales el sol del mediodía, pues ésa era en verdad la hora, por más que todos los cortesanos se hubieran confabulado con el monarca para fingir que el tiempo no pasaba.
Cuando los rayos del sol cayeron sobre Margot, el hada profirió un grito lastimero y se convirtió en una gallina vieja y fea. Porque la Dama de la Noche no puede soportar la luz diurna. El Rey saltó sobre el ave y la metió dentro de una jaula. Y le dijo: "Dama de la Noche, estás en mis manos. O me proporcionas un hijo varón, o seguirás poniendo huevos hasta el fin de tus días". La gallina, furiosa, solo contestó con grandes improperios. Entonces el Rey mandó colocar la jaula en mitad del patio, bajo el sol. Porque, por cada día de sol que recibía la Dama de Noche, habría de vivir como gallina durante tres jornadas más. A las pocas horas, después de haber picoteado y devorado furiosamente todas las luciérnagas de su traje, que habían muerto de golpe bajo la luz, Margot se rindió: "Te daré un heredero", prometió. Y el Rey le dijo: "Dama de la Noche, antes de que te libere tienes que jurar por la redonda Luna que no te vengarás de mí ni de mi hijo ni de mi Reino, y que no nos lanzarás ninguna maldición". Y Margot juró, y, como la Luna era para ella lo más sagrado, ya no podía desdecirse.
Pocos días después el hada recuperó su figura humana y sus poderes y cumplió su promesa. Nueve meses más tarde nació un niño a quien pusieron por nombre Helios, porque de algún modo era hijo del Sol. Estaban celebrando la fiesta del bautizo cuando, al anochecer, apareció en la corte el hada Margot. "Traigo un presente para el Príncipe Heredero", proclamó. "Juraste no vengarte ni maldecirnos", le recordó el Rey, amedrentado. "Y cumpliré mi juramento -contestó ella-: Voy a regalarle un don verdadero, el mejor don de todos: el de la palabra". Diciendo esto, la Dama de la Noche se acercó a la cuna de sábanas de seda y puso una mano sobre la cabeza del infante: "Que, digas lo que digas, lo digas mejor que nadie, y que todo lo que digas te lo crean...", clamó el hada. Y luego, sonriendo con malevolencia, añadió: "A ver si eres capaz de estar a la altura de mi regalo".
El Príncipe Heredero creció sano y feliz, y desde muy pequeño dio muestras de una elocuencia prodigiosa. Como su padre, y como el padre de su padre, y como el padre del padre de su padre, tenía un carácter ni del todo bueno ni del todo malo. De hecho en su talante natural primaba lo bondadoso, pero cierta tendencia a la vanidad, a la codicia y a la pereza enturbiaba su alma. Muy pronto advirtió que, cuando mentía, lo hacía tan bien que todo el mundo le creía. Incluso si le atrapaban en mitad de una travesura infantil, con sus floridas palabras siempre lograba convencer de su inocencia a los tutores y escapar del castigo. Durante algunos años, este descubrimiento fue para él una especie de tesoro oculto, un poder secreto que sólo utilizaba en circunstancias especiales. Pero, con el tiempo, sus reservas y cuidados se fueron desvaneciendo, porque era muy cómodo mentir y resultaba muy útil convencer a los demás para que actuaran conforme a él le convenía. Y, así, la dejadez fue torciendo poco a poco su carácter y el príncipe Helios se hizo un adolescente desobediente, y luego un jovenzuelo mujeriego y vividor. Pero todos buscaban su compañía, prendidos del fulgor de sus palabras; todos estaban convencidos de su sabiduría, todos opinaban justamente aquello que el Príncipe quería que opinasen.
Pocas cosas envejecen tanto como la adulación, de modo que para cuando Helios cumplió los veinte años, ya se sentía cansado de ser el Príncipe Heredero. Enfatuado a fuerza de contemplarse en el admirativo espejo de los otros, estaba convencido de que él merecía ser Rey mucho más que el Rey. Habló con su Señor Padre e intentó persuadirle para que abdicara; pero, por vez primera y para su sorpresa, no logró su objetivo. Contrariado, el Príncipe rumió la afrenta durante largos días y al cabo terminó diciéndose a sí mismo que el Rey daba muestras de haber perdido el juicio. Una vez alcanzada esta conclusión, ideó un astuto plan contra el monarca. Noble a noble, caballero a caballero y prelado a prelado, fue convenciendo al Reino entero de que a su Señor Padre le flaqueaba la cordura. Y, si el Rey había caído en la sinrazón, ¿no era necesario para el bien común que él, el Príncipe, se sacrificara, pues sacrificio era alzarse contra su amado Padre? Tanto repitió su elocuente alegato de responsabilidad patriótica y de dolor filial, que acabó creyéndoselo él mismo. Porque el mentiroso que consigue copiosas alabanzas y pingües beneficios con sus mentiras prefiere creer que no está mintiendo y que todo lo que ha obtenido es merecido. Y así fue como el príncipe Helios se convirtió en Rey en lugar del Viejo Rey, el cual fue encerrado en una torre lóbrega y sin ventanas hasta el fin de sus días, atendido por carceleros mudos y sordos para que nadie pudiera indagar sobre el verdadero estado de su razón.
Muy contento se puso el nuevo Rey tras ocupar el trono, y la felicidad potenció en él cierta bonhomía. "Me gustaría ser un gran monarca y que mi nombre fuera recordado con veneración durante siglos", se dijo majestuosamente. Y pensó en mentir menos. Pero ya no sabía distinguir entre lo cierto y lo incierto. Por añadidura, y aunque había convencido a la mayoría con sus razones, algunos de los más fieles vasallos de su Señor Padre seguían sin creerle loco. De modo que el Rey tuvo que volver a mentir ciento y una veces, tuvo que difamar a los guerreros díscolos y desterrarlos o encarcelarlos o cortarles la cabeza, tuvo que adueñarse de sus propiedades. Y con cada falso testimonio, con cada abuso cometido y cada patrimonio arrebatado, el Rey iba creyendo más y más en el hilo multicolor de sus mendacidades, y le parecía que sus oponentes tenían verdaderamente muy mala fe y que sus víctimas eran en realidad seres indignos. Y así, el monarca, que cuando era todavía joven dominaba con tamaña perfección el arte de la palabra que, aun cuando mentía lo hacía hermosamente, empezó a expresarse de modo ampuloso, zafio y hueco, y a usar grandes palabras muy vacías, y a alardear de empeño justiciero y de pureza. Y cuantas más iniquidades cometía, más chillaba, y más obviedades empleaba en sus razonamientos.
Como la voz del poder es siempre persuasiva, el Reino entero comenzó a utilizar los mismos modos falsos y vacíos. Todos deambulaban por las calles gritándose grandísimas palabras los unos a los otros y clamando estentóreamente por la Justicia, el Bien, la Moral, el Reino, mientras eran injustos malvados e indecentes. Nadie se resignaba ya a ser en parte bueno y en parte malo, como siempre habían sido los pacíficos súbditos de aquel lugar, sino que, enardecidos por la grandilocuencia de sus propias mentiras, todos querían hacerse pasar por puros y perfectos. De manera que empezaron muy pronto las rencillas, primero entre los partidarios del Rey y los defensores del antiguo Rey, luego entre los partidarios de que el Rey se quedara todo el botín y los que querían repartirse las ganancias, luego entre los partidarios del Rey para ver quién era más partidario, luego entre los nobles añejos y los nobles recientes, luego entre los que llevaban barba y los lampiños, los altos y los bajos, los zurdos y los diestros. Los gritos dieron paso al temible susurro del hierro al desnudarse, y una vez desenvainadas las espadas, el metal siempre tiene necesidad de saciar su hambre.
Cualquier cosa era causa de gresca y el Reino empezó a hundirse en un remolino de guerras fratricidas. Llegó un momento en que en aquella tierra torturada sólo se podían escuchar las palabras sucias, las palabras mentirosas, las sucias mentiras que asesinan. Los pueblos ardían, las cosechas se perdían, los niños morían. De cuando en cuando aparecía alguien que se atrevía a decir alguna palabra verdadera, pero inmediatamente le rebanaban el pescuezo. Con el tiempo, todos aquellos que aún tenían algo auténtico que decir habían sido ejecutados o acallados por el miedo. No había más palabras que las mentiras del Rey y los improperios de sus secuaces, y, por debajo del estruendo, triunfaba el silencio de los camposantos.
Y entonces, cuando las cosas ya estaban tan mal que parecía imposible que pudieran ir peor, los objetos empezaron a borrarse. Un día desapareció de golpe el árbol más añoso del Camino Real, otro día se volatilizó un lienzo de la muralla, una mañana se borró la escalera de piedra del campanario y para poder subir tuvieron que colgar escalas de cuerda. Era como si la falta de veracidad y solidez de las palabras hubiera contagiado a la materia. Había escudillas que desaparecían con su contenido de guisantes cuando el comensal iba a hundir su cuchara en el guiso, borceguíes que se desvanecían dejando los pies desnudos, espadas que se borraban en el aire justo cuando el guerrero se disponía a descargar un mandoble mortal. Grande fue el susto de las gentes ante estos prodigios, pero aún se asustaron mucho más cuando advirtieron que el Rey empezaba a transparentarse. Poco a poco, día tras día, el monarca parecía ir perdiendo sustancia y afinando la masa de su ser, de tal modo que, sin adelgazar propiamente en sus carnes, sin embargo se hacía más ligero, se difuminaba, se iba clareando de través como una urdimbre demasiado raída por el uso, o como el humo que la brisa disuelve.
Al principio, el Rey no advirtió las mudanzas que acontecían en su cuerpo, que en los comienzos eran sobre todo visibles con cierta perspectiva y a contraluz; y, como hacía tiempo que se había instaurado entre sus súbditos la costumbre de mentir, nadie osó decirlo lo que sucedía. Cuando el monarca descubrió su estado, el proceso se encontraba ya tan avanzado que una mañana de deslumbrante sol, en el jardín de palacio, un mirlo aturullado se estrelló volando contra el pecho real, creyendo que el paso estaba expedito.
Aterrorizado, el Rey corrió a visitar a la Dama de la Noche, que le recibió burlona y divertida. "Hada Margot, tenéis que socorrerme. Cuando me contemplo en el espejo, veo a través de mis mejillas el tapiz que cubre el muro a mis espaldas. Si sigo así, desapareceré muy pronto", gimió el monarca. "Yo no he sido la causante de tu estado actual, Rey; te lo aclaro por si vienes a mí con esa sospecha -contestó la Dama-: El único responsable de tu ruina y de la de tu Reino eres tú mismo, y a decir verdad, yo ignoro cómo ayudarte. Te aconsejo que vayas a consultar con el Dragón; es la criatura más sabia del mundo y tal vez conozca algún remedio para tu mal. Y date prisa, porque sin duda morirás muy pronto.
Aún más empavorecido tras las palabras del hada, el Rey ensilló sus mejore caballos y galopó sin pausa a través de su Reino medio borrado, hasta que llegó al confín rocoso donde habitaba el antiquísimo Dragón, el ser vivo más viejo de la Tierra. Y llegó a la guarida de la criatura, que era una caverna monumental erizada de largas lágrimas de piedra, y desmontó de su bridón y entró a pie, amedrentado y titubeante. Y a los pocos pasos se topó en efecto con el monstruo, que era tan grande como una catedral tumbada de medio lado. El Dragón dormitaba, produciendo con sus resoplidos un estruendo semejante a un derrumbe de rocas. Era de color verdoso negruzco, y las enormes y endurecidas escamas que erizaban su piel guardaban en sus pliegues una suciedad milenaria, lodo petrificado del Diluvio. Bajo los belfos babosos, unas puntiagudas barbas blancas. Exhalaba un olor fortísimo, una peste punzante, como a orina de cabra y hierro frío.
"Mi señor Dragón -llamó el Rey con vocecilla temblorosa-. Perdonadme la molestia, mi Señor...". Tuvo que repetir el llamado varias veces hasta que al fin la criatura se estremeció ligeramente y abrió un ojo, solo uno, sin alzar la cabezota ni mover nada más de su corpachón. El ojo, amarillo y rasgado como el de un gato pero de tamaño descomunal, vagó adormilado por la cueva, buscando el origen del ruido. "Aquí mi Señor Dragón..., soy yo, el rey Helios...", dijo el monarca agitando los brazos y colocándose contra el fondo liso de una gran roca, para que su figura transparente resaltara más. "Ya te veo -dijo el Dragón con su vozarrón de vendaval-: Aunque eres poca cosa". "Por eso me he atrevido a molestaros, sabio Dragón. Sólo vos podéis conocer el remedio a mi mal. Mi Reino y yo estamos desapareciendo, y si no me ayudáis, moriremos muy pronto", imploró el monarca. El monstruo alzó con esfuerzo y cansancio su enorme testuz y abrió el otro ojo. Contempló con gesto pensativo y cierta curiosidad lo que quedaba del Rey y al cabo dijo: "Qué incomprensibles criaturas sois los humanos. No entiendo por qué os espanta tanto morir hoy, por qué hacéis lo posible y lo imposible por seguir viviendo un día más, cuando todos vosotros desapareceréis mañana irremisiblemente, en un tiempo tan breve que es inapreciable. ¿Qué importa morir antes o después, si sois mortales? Claro que tampoco entiendo cómo podéis levantaros todas las mañanas, y comer, y moveros, y luchar, y vivir, como si no estuvierais todos condenados". Dicho lo cual, el Dragón, fatigado, dejó caer la cabeza y volvió a quedarse instantáneamente dormido. Sus resoplidos retumbaron de nuevo en la caverna.
"¡Señor Dragón! ¡Señor Dragón! ¡Tened misericordia, no me dejéis así...!", suplicó el Rey; y, tras mucho insistir, consiguió despertar otra vez a la criatura. "Así que sigues todavía ahí, brizna de humano -masculló el Dragón-: Empiezas a fastidiarme con tus gritos. Además, tú solo te has labrado tu desgracia, y no veo por qué tengo que ayudarte... Aun así, haré algo por ti. Voy a plantearte una adivinanza cuya respuesta correcta te revelará el destino que te espera. Quién sabe, puede que, si conoces tu futuro, consigas cambiarlo. ¿Estás dispuesto a jugar?". El Rey pensó que tenía poco que ganar, pero tampoco nada que perder, y asintió agitando vigorosamente su cabeza translúcida. Entonces el Dragón entrecerró los ojos y declaró: "Éste es el acertijo: cuando tú me nombras, ya no estoy". El monarca se quedó perplejo. Dio vueltas al enigma en la cabeza durante un buen rato como quien hace rodar un hueso de aceituna dentro de la boca, y casi iba ya a declararse vencido cuando, de pronto, la solución se iluminó dentro de su mente. Se estremeció, asustado de lo que había entrevisto. Y luego aclaró la temblorosa voz, miró al Dragón y dijo: "La respuesta es

Historia del Rey Transparente
Rosa Montero

Siento que sea tan largo.
Espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo.
¿Algún final?

Sed Buenos
Fran

martes, 13 de octubre de 2009

Por tí lo haría mil veces más


Lo curioso era que yo tampoco pensé nunca en Hassan como en un amigo. Al menos, no en el sentido normal. A pesar de habernos enseñado mutuamente a montar en bicicleta sin manos o de haber construído juntos con una caja de cartón una cámara casera que funcionaba perfectamente. A pesar de haber pasado inviernos enteros volando cometas juntos y corriendo tras ellas. A pesar de que, para mí, la cara de Afganistán sea la de un chico de aspecto frágil, con la cabeza rasurada y las orejas bajas, un muchacho con cara de muñeca china iluminada eternamente por una sonrisa partida.

A pesar de todo ello. Porque la historia no es fácil de superar. Ni la religión. De hecho, yo era un pastún y él un hazara, yo era sunnita y él chiíta, y eso nada podría cambiarlo nunca. Nada.

Cometas en el Cielo
Khaled Hosseini


Somos así.
Si la historia nos dicta que somos diferentes, no podemos hacer nada. Nada.

¿Nunca os ha pasado conocer a alguien con quien congeniáis a la perfección hasta que una travesura del destino dibuja una tela casi imperceptible al principio, pero que con el tiempo se hace más y más tupida y os termina alejando?
Tener diferentes religiones, diferentes equipos de fútbol, diferentes partidos políticos, diferentes acentos, lenguas o países, diferentes colores u olores, diferentes...
Tan solo con que a uno de los dos le moleste la diferencia se acabó.
La historia nos cierra puertas. A veces por haber nacido diferentes nos marcamos nosotros mismos.

¿Vamos a dejar que el mundo siga así?
La respuesta, amigos míos, aunque os pese, aunque nos pese, es que sí. Rotundamente sí. Porque somos una especie cobarde por naturaleza. Nos asusta lo diferente y huímos. (espero qu
e algún lector de este blog me contradiga, porque si no sí que estamos perdidos)

Hassan, el hazara, el sirviente de Amir el pastún, le dice en una ocasión "Por tí lo haría mil veces más". Amir le considera un inferior, un diferente. Pero Hassan es un ser tan excepcional que le dice "Por tí lo haría mil veces más" Lo que sea. Grande Hassan.

Cuando esto se lo pueden decir dos personas mutuamente, es cuando verdaderamente existe amistad ¿no os parece?


Una última pregunta... ¿qué diferencia hay entre viajar y leer?


Sed Buenos

Fran

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Inevitable y Pasajero


- Pues te lo diré: Allí está Akbar. Vista a esta hora del día, con el sol de la tarde iluminando su perfil, es hermosa. Me acostumbré a sus calles y murallas, con su pueblo generoso y acogedor. Aunque los habitantes de la ciudad aún vivan presos del comercio y las supersticiones, tienen el corazón tan puro como cualquier otra nación del mundo. Aprendí con ellos muchas cosas que no sabía; a cambio, escuché los lamentos de sus habitantes e, inspirado por Dios, conseguí resolver sus conflictos internos. Muchas veces corrí peligro y siempre alguien me ayudó. ¿Por qué tengo que escoger entre salvar a esta ciudad o redimir a mi pueblo?
- Porque un hombre tienen que escoger -respondió el ángel-. En esto reside su fuerza: en el poder de sus decisiones.
- Es una elección difícil: exige aceptar la muerte de un pueblo para salvar a otro.
- Más difícil aún es definir un camino para sí
mismo. Quien no hace una elección, muere a los ojos del Señor, aunque continúe respirando y caminando por las calles. Además -continuó el ángel-, nadie muere. La Eternidad está con los brazos abiertos para todas las almas, y cada una continuará su tarea. Hay una razón para todo lo que se encuentra bajo el sol.
Elías volvió a extender sus brazos hacia el cielo:
- Mi pueblo se alejó del Señor por causa de la belleza de una mujer. Fenicia puede ser destruida porque un sacerdote piensa que la escritura es una amenaza de los dioses. ¿Por qué aquel que creó el mundo prefiere usar la tragedia para escribir el libro del destino
?
Los gritos de Elías resonaron por el valle y fueron devueltos por el eco a sus oídos.
- No sabes lo que dices -respondió el ángel-. No existe tragedia, sino lo inevitable. Todo tiene su razón de ser: solo necesitas saber distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo.
- ¿Qué es lo pasajero? -preguntó Elías.

- Lo inevitable.

- ¿Y lo definitivo?
- Las lecciones de lo inevitable.

Paulo Coelho

La Quinta Montaña



Cuánto cuesta tomar decisiones ¿verdad?

¿qué carrera elijo? ¿qué me pongo hoy? ¿dónde busco trabajo? ¿dónde me voy de vacaciones? ¿qué hago cuando dos amigos se llevan mal y yo estoy en medio? ¿Galicia o León? ¿Ser o Levedad?


Pero ¿nuestras decisiones son realmente tan importantes? ¿depende de nosotros la vida de pueblos? ¿o somos nosotros los que magnificamos nuestras dudas y les damos el rango de tra
gedias? ¿es lícito?

Muchas preguntas. Tantas dudas. Suena en la radio "No dudaría" de Antonio Flores. ¿casualidad?


Pero me quedo con la última parte del relato.
Lo pasajero es lo inevitable.
Y lo definitivo es la lección de lo inevitable.

Uau. Ayudadme a descifrar esto, porque algo me dice que es un gran pensamiento...

Sed Buenos
Fran

lunes, 14 de septiembre de 2009

Arte, excesos y locura


El hombre es el único animal que se crea necesidades que nada tienen que ver con la subsistencia del individuo y con la reproducción de la especie. No le basta comer para alimentarse, sino que condimenta los alimentos, de modo que añaden placer a la satisfacción de su necesidad. No le basta vestirse para abrigarse, sino que añade, a esta función tan elemental, la exigencia de confeccionar su ropa con determinadas formas y colores. No se contenta con cobijarse, sino que construye edificios con líneas armoniosas y caprichosas que exceden de su necesidad: lo cual no ocurre con la guarida del zorro, la madriguera del conejo o el nido de la cigüeña. ¿Hay algo más inútil que la corbata que lleva usted puesta? ¿De qué le sirve al estómago una salsa cumberland o un chateaubriand a la Périgord? ¿Qué añade al cobijo del hombre el friso de una escayola o las orlas en forma de signos de interrogación de los hierros que sostienen el pasamanos de una escalera? Pues bien: ¡todo eso es arte! La gastronomía, la hoy llamada alta costura y la decoración son las primeras artes creadas por nuestra especie, porque representan los excesos inútiles añadidos a las necesidades primarias de comer, abrigarse y guarecerse.

Los Renglones Torcidos de Dios
Torcuato Luca de Tena

Alice ingresa en un sanatorio mental para esclarecer un crimen. O quizá no.
Está loca. O quizá no.

De lo que no me cabe ninguna duda es de que su mente crea ideas geniales.
¿Alguna vez habíais pensado en el arte como un exceso inútil añadido a una necesidad primaria?

El hombre es el único animal capaz de reirse de lo absurdo, sorprenderse con un paisaje, llorar por empatía... ¿qué será esto que nos hace diferentes del resto de animales? (Si es que somos diferentes, cosa que a veces dudo)

Arte como exceso. Ahí queda eso.

Muy recomendable este relato sobre la locura.


Sed Buenos

Fran

domingo, 6 de septiembre de 2009

Un Mundo Feliz


- Pero Dios es la razón que justifica todo lo que es noble, bello y heroico. Si ustedes tuvieran un Dios…
- Mi joven y querido amigo –dijo Mustafá Mond–, la civilización no tiene ninguna necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas cosas son síntomas de ineficacia política. En una sociedad debidamente organizada como la nuestra, nadie tiene la menor oportunidad de comportarse noble y heroicamente. Las condiciones deben hacerse del todo inestables antes de que surja tal oportunidad. Donde hay guerras, donde hay dualidad de lealtades, donde hay tentaciones que resistir, objetos de amor por los cuales luchar o que defender, es evidente que la nobleza y el heroísmo tienen algún sentido. Pero actualmente no hay guerras. Se toman todas las precauciones posibles para evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona.
No existe la posibilidad de elegir entre dos lealtades o fidelidades; todos están condicionados de modo que no pueden hacer otra cosa más que lo que deben hacer. Y lo que uno debe hacer resulta tan agradable, se permite el libre juego de tantos impulsos naturales, que realmente no existen tentaciones que uno deba resistir. Y si alguna vez, por algún desafortunado azar, ocurriera algo desagradable, bueno siempre se puede disponer del soma, que puede ofrecernos unas vacaciones de la realidad. El soma calma nuestra ira y nos reconcilia con nuestros enemigos, nos vuelve pacientes y sufridos. En el pasado, tales cosas solo podían conseguirse haciendo un gran esfuerzo y al cabo de muchos años de duro entrenamiento moral. Ahora, usted se zampa dos o tres tabletas de medio gramo, y listo. Actualmente cualquiera puede ser virtuoso. Uno puede llevar al menos la mitad de su moralidad en el bolsillo, dentro de un frasco. El cristianismo sin lágrimas: esto es el soma
- Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo?: “Si después de cada tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta despertar la muerte”

Aldous Huxley
Un Mundo Feliz

Tener nuestra propia moralidad en el bolsillo…

¿Os imagináis?
Empezar a sentir remordimiento y… ¡medio gramo de soma!
Sentir algo muy especial por otra persona y… ¡un gramo de soma!

El soma calma nuestra ira y nos reconcilia con nuestros enemigos…
Yo prefiero vivir en una eterna tormenta… ¡¡¡El viento me hace sentir que sigo vivo!!!

Tendré que leer Otelo.

Sed Buenos
Fran

domingo, 15 de febrero de 2009

¡Ultreya!

¡Ultreya!
Ése era el grito que lanzaban los peregrinos medievales al avistar las torres de la capital compostelana desde la cúspide del cerro de Triacastela, en el mismo sitio -prácticamente- donde hoy despunta el aeropuerto de la ciudad. Atrás quedaban, sumidas ya en los consoladores recodos y benditas aguas del río del olvido, las duras, durísimas jornadas que de oración en oración, y de sobresalto en sobresalto, los habían traído desde su lugar de origen -dentro o fuera de la Península- hasta la penumbra de la cámara sepulcral en la que, según algunos doctores y cronistas -algunos, he dicho, no todos- de la Santa Madre Iglesia, yacían a la espera de la resurrección de la carne los huesos y los despojos del apóstol al que ciertas tradiciones y devociones piadosas jamás corroboradas por los hechos, pero sabiamente orquestadas por la Curia, atribuían la predicación del cristianismo en España.

Y ultreya, amigo que me lees, significaba y significa más allá. Vale decir: no bastaba la ruta recorrida, no se conformaban los peregrinos con lo hecho, con lo ganado a pulso y a golpe de caminata y de piojos, ni con lo que la ciudad desplegada a sus pies les ofrecía. Tenían que ir más allá... Más allá de la indulgencia plenaria, más allá del jubileo (cuando había lugar a él), más allá del merecido descanso, más allá del del horizonte dibujado por las cúpulas, cimborrios, chapiteles, atalayas y espadañas del enclave urbano más hermoso de la cristiandad ibérica.

Y justamente eso, lector amigo, es lo que en este instante te propongo, lo que -solo si te parece, si lo tienes a bien, si te tienta la aventura, si no te asusta el albur, si me otorgas tu confianza, si me nombras tu guía jacobeo- vamos a hacer juntos: gritar a pleno pulmón, y de la mano, ¡ultreya!, ir más allá de lo evidente, de lo patente, hurgar en la atiborrada trastienda del camino de Santiago, buscar (y, a ser posible, encontrar) heterodoxias en los cajones y rincones del almario de la ortodoxia, practicar liturgias y teurgias equívocas, departir con meigas, charlar con monjes giróvagos, trasnochar en compañía de templarios, jugar a los naipes del tarot con alquimistas, leer el libro del firmamento para descifrar sus letras, soñar con el Grial, mirarlo todo con las pupilas de aquél que en los molinos veía gigantes y ejércitos en los rebaños, y sobre todo, por supuesto, hacer camino al andar, que de eso, en definitiva, se trata y eso es también lo que, al alimón, compenetrándose, complementándose, nos sugieren la ortodoxia y la heterodoxia.

Pero no cualquier camino, compañero de viaje (y es de esperar que también de purificación y jubileo), sino ése al que nuestros místicos -Teresa, Juan de la Cruz, Ibn Arabí, el Masarrita, Unamuno- llamaron camino de la perfección.

Historia mágica del Camino de Santiago
Fernando Sánchez Dragó



¡Ultreya!

Os envidio a todos los que habéis tenido la suerte de realizar este camino.
Oportunidades no me han faltado, pero siempre he encontrado algo mejor que hacer.

Junio es el momento.

¡Contadme vuestras experiencias!
Gritad conmigo ¡Ultreya!

Sed Buenos
Fran

sábado, 7 de febrero de 2009

Jamás he visto un pensamiento

-¿Crees en Dios, viejo?
Se sobresaltó.
-¿No te parece un poco temprano? -preguntó.

No carecía de razón, pero no tenía ni idea de en dónde había estado yo esa madrugada, mientras él aún estaba en el País de los Sueños. ¡Si supiera...! él que de vez en cuando hacía algún que otro truco de cartas, y albergaba algún pensamiento inteligente en su mente. Pero yo... yo había visto cómo una baraja, de repente, empezaba a volar bajo el cielo en forma de seres vivos de carne y hueso.

- Si realmente existe un dios -proseguí-, ese dios es muy hábil jugando al escondite con sus criaturas.
Mi viejo soltó una carcajada, pero comprendí que estaba totalmente de acuerdo.

- Quizá se asustara al ver lo que había creado -dijo-. Y luego se marchó dejándolo todo. ¿Sabes?, no es fácil saber quién se asustó más, si Adán o el Maestro. Yo creo que un acto de creación de esa clase asusta igual a ambas partes. Pero al menos admito que podría haber firmado su obra maestra antes de desaparecer.
- ¿Firmar?
- Por lo menos, podría haber grabado su nombre en una roca o algo por el estilo.
- ¿De modo que tú no crees en Dios?
- No he dicho eso. Acabo de decir que Dios está en el cielo riéndose de nosotros porque no creemos en él
¿"Acabo de"?, pero si lo dijo en Hamburgo...

Continuó:
- Pero aunque no ha dejado ninguna tarjeta de visita, ha dejado el mundo. Creo que eso basta.
Se quedó pensando un rato. Luego añadió:
- Érase una vez un astronauta y un neurocirujano rusos que discutían sobre religión. El neurocirujano era creyente y el astronauta no. "He estado muchas veces en el espacio", presumió el astronauta, "pero jamás he visto ángeles". El neurocirujano se quedó boquiabierto, y luego dijo: "Yo he operado bastantes cerebros inteligentes, pero jamás he visto un pensamiento"

El misterio del solitario
Jostein Gaarder


Os dije que Jostein Gaarder no tiene desperdicio.

¿Alguna vez te has planteado si Dios existe?.
Creo que no lo enfocas bien. Olvídate de las religiones que conocemos (o no) que han tratado de modelar al Dios inmodelable.

¿Cómo es capaz un recién nacido de abrir los ojos y ver? ¿cómo llega a la vida?
¿Por qué somos capaces de sentir amor por otra persona, tanto que cuando nos abandona, a pesar de que físicamente no nos toca, nos duele más que cien golpes?

Son tantas preguntas.
Kant decía que había 3 conceptos básicos sobre los que teníamos que basar nuestro árbol del conocimiento: Dios, el Alma y el Universo.
Según Kant, tenemos que elegir, y nunca podremos probar si estamos en lo cierto o no. ¿existe Dios? ¿existe el Alma como algo separado del cuerpo? ¿es infinito el Universo?
Kant utilizaba sí-no-sí.

¿Y vosotros?

El parón navideño ha sido demasiado largo.
Pido dusculpas.

Sed Buenos
Fran

domingo, 7 de diciembre de 2008

Suprema Estupidez

Durante las noches, después de apagar la luz de la mesilla, solía tumbarme y escuchar.

Fuera, al otro lado de la pared, comenzaba un mundo vacío y amenazante. Incluso el patio, tan familiar, nuestro patio con el granado y la aldea de cajas de cerillas que había construído a sus pies, no nos pertenecía por las noches a nosotros, sino al toque de queda y al miedo.

De un patio a otro se escabullían en la oscuridad los comandos de combatientes para llevar a cabo operaciones a la desesperada. Las patrullas británicas, equipadas con reflectores y perros de rastreo, deambulaban por las calles vacías. Los espías, los detectives y los traidores se ocupaban de las tácticas de ataque. Establecían redes de información. Planeaban emboscadas. Las aceras desiertas eran alumbradas por las luces fantasmales de unas linternas envueltas en vapores estivales.

Al otro lado de nuestra calle, más allá del barrio, se entrelazaban más y más calles vacías, callejuelas, pasadizos, escaleras túneles, y en todas partes reinaba la oscuridad repleta de ojos y perforada por los ladridos de los perros. Incluso la hilera de casas frente a la nuestra me parecía, en las noches de toque de queda, como si estuviera separada de nosotros por un río profundo de oscuridad.

Una Pantera en el sótano
Amos Oz

Desgarradora visión. Convivimos con la guerra. Como comentaba Milan Kundera en "La insoportable levedad del ser", 'en este mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido'.

Permitimos la guerra y, lo que es más cruel, permitimos que los niños vivan la guerra, jueguen en la guerra y sean partícipes de ella. Los adultos somos bastante estúpidos al crearlas, fomentarlas, dotarlas de contenido y objetivos, defenderlas... ¿por qué no involucrar a los niños, para que la semilla del odio crezca en ellos, para que sean capaz algún día de poner en práctica todo aquello que les enseñamos?

No existe en ningún lenguaje que conozca una palabra que defina exactamente este comportamiento. O quizá si. Suprema Estupidez.

Dijo Ghandi: 'No hay camino para la Paz, la Paz es el camino'.
Haciendo gala de nuestra Suprema Estupidez, utilizamos la guerra como camino. ¿Para qué? No lo tengo claro. Lo único que tengo claro es que ninguna guerra ha terminado en una Paz verdadera y duradera.

Sed Buenos
Fran