martes, 25 de noviembre de 2008

Ayuda al Escritor

Aunque no estuviera inscrito en ningún registro de profesiones, llegué a la conclusión de que el negocio necesitaba un nombre de empresa. En las grandes carpetas donde guardaba las notas que ya había vendido, escribí un día: "AYUDA AL ESCRITOR". Me pareció un buen nombre.

La actividad dependía de un contacto bilateral con escritores, tanto en mi casa como en cafés y restaurantes de la ciudad. Tuve que cultivar el arte de cortejar a varios "mejores amigos" a la vez, lo que trajo consigo muchas invitaciones a cenas, fiestas y excursiones de fin de semana, demasiadas.

Cuando el contacto ya estaba establecido, nunca tenía que esforzarme por vender nuevas mercancías a los clientes. En cuanto tenían necesidad de nuevo material, volvían por su cuenta, regresaban al tío Petter. De ese modo, cada vez dependían más de mis suministros. Algunos dejaron para siempre de pensar por sí mismos. Cuando veían la cantidad de buenos inventos de mi propio caleidoscopio que era capaz de entregarles, era como si su cerebro se les escapara de la cabeza. Decían que se sentían vacíos. Para mí no suponía ninguna satisfacción hacer que la gente dependiera de mí, pero vivía de ello. Vivía de que los peces mordiesen el anzuelo. No vendía hierba ni ácidos, ni si quiera tabaco barato o alcohol de contrabando, sino imaginación, imaginación inofensiva. Pero era la llave del honor urbanita, la llave de algo tan complejo como la identidad postmoderna.

Si me encontraba con un cliente necesitado, digamos en una importante fiesta o cena, éste me llevaba a un rincón, un patio o, en algunas ocasiones, al cuarto de baño. Después de echar nerviosas miradas en todas las direcciones, me susurraba en voz baja: ¿Tienes algo, Petter? ¿Tienes algo hoy? O incluso: ¿Qué puedes darme por un billete de mil?

Tenía un amplio surtido para ofrecer, tanto en cuanto a géneros como en cuanto a precios. Una simple idea o una pequeña charla costaba, claro está, muchísimo menos que, por ejemplo, una sinopsis entera para una gran novela, por no mencionar una sinopsis bien desarrollada para un guión de cine. También vendía poemas a medio hacer, y cuartas partes de relatos. Una vez escribí un relato entero que dividí en tres partes que vendí a tres autores diferentes. No lo hice para sacar más dinero, sino solo para divertirme.


El vendedor de cuentos
Jostein Gaarder


¡Me quedé in ideas para comentar este fragmento!
Quizá un día de estos llame a Petter...

¿Alguna vez habéis sentido adicción por un escritor?

Sed Buenos
Fran

1 comentario:

Daniel Santos M. dijo...

De esta entrada no te comenté nada en su día, pero me ha parecido genial.

Podría titularse algo así como: EL ESCRITOR DE ESCRITORES.

No sé si lo sabías porque hace mucho que no nos vemos, pero llevo un par de años desempolvando mi vocación literaria a base de escribir un rato cada día.